Nos fuimos de museo: Herzogliches Museum
- Mariana E

- 31 jul
- 2 Min. de lectura

Aunque el cuerpo pedía descanso —como suele hacerlo cuando no paramos lo suficiente—, nos aventuramos a pesar del cansancio. A veces enfermamos justo como una señal de que necesitamos frenar, aunque cueste hacerlo.
Sin embargo, llegar al Herzogliches Museum, que llevaba meses queriendo visitar, fue como un pequeño logro personal. Su imponente fachada me llamaba la atención desde hace tiempo, y además está justo enfrente del Castillo de Friedenstein, un lugar que también espero conocer en su debido momento.
El museo fue construido entre 1864 y 1879, de estilo neorrenacentista, y reabrió sus puertas tras una renovación en 2013. Entramos sin expectativas, con la intención de dejarnos sorprender, y eso fue precisamente lo que ocurrió: el asombro no dejó de acompañarnos.
La escultura era algo que, hasta hace algunos años, no me interesaba demasiado. Siempre me sentí más atraída por la pintura, un lenguaje artístico que tengo muy claro que disfruto. Pero todo cambió el año pasado, cuando mi hermano vino de visita. Él sí encontraba fascinación en las esculturas, y gracias a eso, empecé a prestarles más atención. Desde entonces, me he ido abriendo a ese universo. Hoy en día, incluso podría decir que la escultura me atrae más que antes: se percibe no solo con la vista, sino también a través del espacio e incluso, a veces, con el tacto.

El museo en sí es una maravilla: su arquitectura de mármol, techos altísimos y salas amplias lo hacen sentir majestuoso. Actualmente alberga una exposición de porcelanas chinas y japonesas, finísimas y llenas de historia.
Un dato curioso que descubrimos es que los carruseles de feria —sí, esos que giran con luces y caballitos— solían fabricarse en Gotha y eran exportados por todo el mundo, al menos hasta la Primera Guerra Mundial.
Pero lo que más me impresionó fue una escultura de arcilla de Morpheus, creada por Jean-Antoine Houdon. Dicen que esta versión es aún más impresionante que la de mármol que se encuentra en el Louvre, en París.

Y así, conforme recorríamos el museo, el cansancio desapareció. Nos llenamos de energía, curiosidad y belleza. Pocas cosas igualan la sensación de visitar un museo y aprender algo nuevo.
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